Su blanca palidez

Tenía los dedos mochos, hinchados, morados. Las uñas pintadas de un negro grosero y una parva de maquillaje barato en el rostro. Parecía una momia con anteojos de sol. La lancha se mecía de aquí para allá en movimiento constante y nauseabundo. Él se acercó. Peinó hacia atrás con la mano su pelo entrecano, extendió el brazo sobre el asiento y le dijo: "¿Viajando sola?". Ella lo miró con ganas de poco contestar y él insistió; le temblaba ligeramente el pulso. "¿Cruzando el charco para ver a la familia, verdad?". La mujer cortó el silencio con voz seca: "Voy a un velorio". Pese al revés, él amagó con continuar el diálogo. "Al mío", aclaró ella, y así concluyó todo.

En honor a Andre, viajera de los charcos.

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