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Para él escribir era como para otros beber o correr: se reía solo y se sentía bien. Mientras escribía era feliz. Sin embargo ahogado por la sombra de carecer de talento alguno, ahogado por la tristeza de la repetición y agobiado por el lugar común, decidió escribir una última obra. El silencio mismo que sucedió a su miserable vida de escritor fue esa última inspiración. Su última y eterna obra fue su propia muerte redactada sin palabras, ni giros, ni signos de puntuación. Su última y definitiva obra fue un silencio. Un silencio sin punto final