La mejor fiesta de mi vida

Fue una celebración increíble. Allí estaban todos mis amigos. A algunos no los había visto en mucho tiempo, otros eran los de siempre, los de cada domingo, los de la facu, los del trabajo, los del fútbol. Mi familia vino también, los más grandes y los más chicos, los cercanos y los no tanto. Había sombreros chapados a la antigua, tatuajes, piercings, maquillajes, perfumes y pelucas. ¡Eran tantos y todos juntos! Nunca creí poder verlos a todos juntos en un mismo lugar. Y sin embargo estaban ahí.
Ojalá pudiera volver a reunirlos alguna vez.
Lo encuentro difícil.
Ese fue mi velorio.

Pulga, mi amigo

Lucho salió de su departamento en el sexto piso para comprarle comida a Pulga, su gatito. Atravesó las cuadras de Plaza Serrano entreiluminado por el sol que se filtra los mediodías brillantes entre las hojas de los plátanos. En el camino se tentó con un pequeño sweater para felinos, tejido a mano. Era el regalo perfecto para su infaltable compañero.

Al llegar a la puerta de su casa encontró un grupo de viejas con bolsas de mandados rodeando un algo que despertaba sus más consternados suspiros. Un hombre ofuscado gritó en tono indubitablemente popular: "¡En este barrio llueven gatos, llueven! ¡Casi cabeceo una bola de pelos!" Lucho no quiso deducir lo obvio; forzaba su ceño para evitar lagrimear por adelantado. Se abrió paso entre las señoras y su cara se desfiguró de reprimida tristeza al constatar la escena. Profundamente acongojado y atravesado por la irreversible daga de los hechos, se dejó caer de rodillas frente a Pulga, mientras soltaba las compras que minutos antes paseaba por Palermo, llenas de felicidad.

En memoria de Pulga, amigo inseparable de Hugo.

Estrella cotidiana

La glamourosa música con acento mexicano insiste sobre los oidos atentos del público gratis. Son coplas que surgen de la escuela más pop del buen rock inglés. Es brit pero muy a lo MTV y suena a grandes estadios. El juego de luces acompaña un cuidado show y los estridentes gritos de la docena de fanáticas que estudian en la UP hacen pensar que estamos ante las nuevas estrellas del rock latino. Y él, mexicano y medio Gallagher, anuncia un invitado. El silencio se hace largo antes de que se devele el misterio. ¿Quién será el argentino para esta escena? Sorprendentemente es uno de esos músicos bien under, de años de escuela en agendas emergentes y filosofía indie. Se lo ve más flaco que nunca, con un crecido pelo peinado con aires victorianos y un pañuelo señoral al cuello. Se calza la guitarra y empiezan a tocar, aplaudidos por la masa.

Con el mismo porte de intelectual severo consulta torpemente el precio de dos libros y pregunta si son para regalo. Los envuelve con cuidado de inexperto y procede al cobro vía posnet. Le agradezco su humilde y buen servicio y aún me sorprendo -inocente- de que sólo 24 horas antes estuviera en el ojo de la tormenta, estelarmente inalcanzable.

Solitario cientotreinta

En el fondo del colectivo está sentado, con un estuche cuya forma de pata de elefante delata la presencia de una trompeta o algo similar. El sol amarillo de las 5 de la tarde en invierno le tiñe la mirada, le toca los ojos mientras el omnibus lo pasea por Figueroa Alcorta, pasivo y en silencio, tarareando mentalmente andá a saber qué melodía.

El sol casi rosado de las 6 de la tarde en invierno tiñe su trompeta sobre el escenario, que irradia indie folk ante más de 2.000 personas. Allá a lo lejos se proyecta su imagen en pantalla gigante y nadie sospecharía que minutos antes venía, desprovisto de pompas, sentado solo en el 130.